“Jesús dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”
Evangelio según San Juan 8:12
El apóstol Pablo dice en su Primera Carta a los Corintios que el evangelio es tropezadero para algunos y locura para otros. Sabemos que el apóstol se refería a la forma en que los judíos y los gentiles de su tiempo respondieron al mensaje del evangelio. Para los primeros, apegados al cumplimiento de la ley, el mensaje de la gracia contenido en el evangelio era como una piedra de tropiezo en su camino religioso. Para los otros, que nunca habían escuchado un mensaje que presentaba a un Dios que se hace hombre y que luego muere, resultaba sencillamente una locura.
Para nosotros hoy, el mensaje del evangelio y las enseñanzas de Jesús continúan siendo difíciles de aceptar. En ejemplo de ello lo encontramos en el capítulo 9 del evangelio según san Juan. Allí, el Maestro sana a un hombre que había nacido ciego. Su curación generó una reacción en cadena que incluyó a sus vecinos, sus padres y los líderes religiosos de su tiempo. Finalmente el hombre terminó siendo marginado por todos, excepto por el Señor.
La historia nos presenta una paradoja. La misma es planteada por el Señor cuando señala lo siguiente: “Para juicio he venido Yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados”. Y, ¿qué habrá querido decir el Maestro? En esencia, lo que ha dicho es que su mensaje y su persona es revelado sólo a aquellas personas que reconocen su incapacidad espiritual; es decir, los que no ven. Por otro lado, su mensaje y su persona permanecen ocultos para aquellas personas que no reconocen su incapacidad espiritual; es decir, los que ven o los que creen poder ver. Así de paradójico y profundo es el mensaje del evangelio. En ese sentido podemos decir que no poder ver; es decir, saberse incapacitado espiritualmente, es considerado por Dios como una virtud. Entonces, podemos decir que el evangelio es sólo para lo que no ven.