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Se Hizo Carne.




“Y aquel verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y verdad”.

Evangelio según San Juan 1:14

En un conocido palacio en Roma hay una pintura de Guido Reni. La misma se encuentra en el domo del edificio, a unos 100 pies de altura. Cuando se pretende mirarla desde el piso hacia arriba, la pintura parece estar rodeada de una niebla que hace ver su contenido muy borroso. Sin embargo, justo en el centro del gran domo hay un enorme espejo, cuyo reflejo permite ver la pintura con total claridad.

Hoy, en apenas el segundo domingo del año y el segundo domingo después de la celebración de la Navidad, nos acercamos al clímax del primer capítulo del evangelio según san Juan. Este es el versículo 14, el que nos presenta en unas cortas líneas al Verbo eterno de Dios, el mismo que era en el principio con Dios, que era Dios y por medio de Quién todas las cosas fueron hechas; haciéndose carne.

Este misterio teológico, conocido como la encarnación, es lo que celebramos en esta mañana. Aunque, ciertamente, tendremos un poco más de tiempo para reflexionar sobre el mismo a lo largo del sermón para este día y durante el transcurso de la semana, nos parece apropiado poner un poco de énfasis sobre una de las implicaciones del mismo. Nos referimos al hecho de que una de las razones por las cuales Jesús se hizo carne, fue para revelarnos al Padre. Como Él mismo dijo en Juan 14:9, “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.

¿Recuerdas el espejo en el palacio en Roma, el cual permite a los turistas apreciar bien la pintura en el domo? En palabras sencillas, Jesús sirve como un espejo para mostrarnos al Padre. Que Dios nos ayude a poner nuestra mirada espiritual en el Verbo que se hizo carne. De otra forma no podemos conocer realmente al Padre.

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