“También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre Él… Y yo le vi, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”.
Juan 1:32,34
He escuchado, durante estos últimos días, personas que ponen en duda la veracidad de los hechos narrados en las Sagradas Escrituras. Y algunos, queriendo ser más atrevidos, afirman que sucesos extraordinarios ocurridos en torno a la persona de Cristo; como sus milagros y sanaciones, entre otros, no fueron del todo reales. Según ellos, tales acontecimientos no se pueden comprobar. Sin embargo, estas personas, no se dan cuenta o no quieren aceptar el hecho de que dichos sucesos nunca fueron privados. Siempre hubo testigos confiables que dieron fe de la veracidad y autenticidad de las historias que han llegado hasta nosotros hoy día.
El evangelio según San Juan fue escrito para que reconozcamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y creyendo en Él tengamos vida en su nombre (20:31). Por lo que, para cumplir con ese propósito, el dar testimonio y ser testigo de Cristo es un tema central y característico de este evangelio. Esto es tan importante que al final veremos cómo Jesús se nos muestra como el verdadero testigo de Dios, siendo a su vez el Padre quien da testimonio de Jesús. Pero, en el comienzo de éste, vemos que hay otro testimonio. Un testimonio de un testigo que vio y oyó; Juan el Bautista, quien reconoce a Jesús como el “Cordero de Dios”. Un testimonio que, humanamente hablando, no le era favorable; pues le quitó seguidores, le quitó fama y lo puso en un segundo lugar. Pero, aun así, Juan no dejó de reconocer quién era, cuál era su posición y quién era el Dios a quien él servía.
El testimonio de Juan consistía en decir quién era Jesús y anunciar la verdad que le había sido revelada. Su testimonio no se centraba en él; sino que era únicamente para anunciar a Cristo, cueste lo que cueste. Un testimonio que despertó en otros la curiosidad de conocer a este nuevo maestro para seguirle y vivir su propia experiencia con Él, entregarle sus vidas y convertirse en nuevos testigos; para así, con su testimonio, volverse nuevos instrumentos para la obra evangelizadora. ¿Eres tú un buen testigo de Cristo? ¿Cuál es tu testimonio?
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