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No Quería Rendir Cuentas


 

     Una familia, cuyos padres eran fieles en su servicio a Dios, criaron a sus hijos en el temor al Señor y la obediencia a los preceptos bíblicos. Sin embargo, el hijo mayor, un día fue a sus padres y les comentó que estaba cansado de ir a la iglesia cada domingo y de reunirse con jóvenes aburridos que no apreciaban la vida tal y como él la veía. Prefería reunirse con los jóvenes de su escuela que se divertían a lo grande en fiestas, reuniones y días de campo, etc. Es más, quería ser como los demás jóvenes “normales”, que a su edad ya vivían fuera del hogar y hacían lo que deseaban sin dar cuenta a nadie.

     En ese momento los padres sintieron una gran tristeza y desilusión, la cual creció cuando su hijo mayor, su orgullo, se fue del hogar. Por un tiempo le siguieron el rastro, ya que a través de amistades y conocidos sabían sobre él, pero llegó el momento en que desapareció y no se supo nada acerca de su paradero. Después de varios años de no saber sobre su hijo y con una gran tristeza acumulada, a pesar de tener a sus otros hijos con ellos (porque aunque tengas a tus demás hijos cerca, el que te falte uno te roba la felicidad y la paz de tu vida) recibieron una carta. ¡Era de su hijo!

     Daban gracias a Dios porque estaba vivo. En ella, su hijo les menciona que actualmente está bien, que incluso tiene ya una familia, con esposa e hijos, que ha tenido muchos tropiezos, que ha comprendido la falta que le hicieron sus padres en su crecimiento y maduración, y que ahora como padre que él es, entiende lo mucho que debieron haber sufrido por su partida, y que le ha sido muy difícil enviar esta carta, porque no sabe si algún día le perdonarán el que los haya abandonado y el sufrimiento que les causó. Les comenta que él desea verlos y estrecharlos, mostrarle a su familia, pero les dice también que, si no desean perdonarlo, él los entiende y que bien merecido se lo tiene.

      Es oportuno mencionar, que, de la casa de los padres, podían verse las vías del tren, el cual pasaba cerca de ahí, por lo cual este hijo les escribe a sus padres que él y su familia pasarán en el tren y que, al estar a bordo, les mostrará a sus hijos y esposa el hogar donde creció y que no debió nunca de abandonar. Al final de la carta les menciona también que, si acaso lo perdonaran, pusieran en el árbol del frente de su casa un moño blanco para que al ver desde el tren la señal, pudieran bajarse y atreverse a llegar a su casa para abrazar a “sus viejos” y hermanos.

     Cuál sería su sorpresa que al pasar no vio un pequeño moño blanco, sino una grande, muy grande, sábana blanca que cubría por completo el árbol, la cual sus padres habían puesto para que supiera el tamaño de su perdón y lo mucho que siempre lo han amado, ya que para ellos siempre ha estado perdonado, por la sencilla razón de que nunca ha dejado de ser su hijo.


Lecturas:

 

domingo, 19 de noviembre                Mateo 18:23

lunes, 20 de noviembre                     Romanos 14:12

martes, 21 de noviembre                   2 Corintios 5:10

miércoles, 22 de noviembre               Mateo 25:19

jueves, 23 de noviembre                   Lucas 16:1-2

viernes, 24 de noviembre                  Hebreos 4:13

sábado, 25 de noviembre                  Romanos 9:28

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