“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.
Isaías 9:6
Una vez más, comenzamos un nuevo año litúrgico con la hermosa temporada del Adviento. Las fiestas navideñas se acercan. Lo podemos percibir en la música, las decoraciones, el ambiente de fiesta y hasta en nuestras comidas. Pero antes, reflexionaremos sobre la espera del pueblo de Israel en la promesa de un Mesías que habría de venir. Un niño que nacería para librarlos de la opresión y la esclavitud. Un Mesías que vino y es Dios encarnado; quien nació, vivió perfectamente, murió, resucitó, ascendió a los cielos y regresará. De igual manera, nosotros, la iglesia, nos preparamos y estamos en vela mientras esperamos la segunda venida de ese Dios glorioso que volverá por los suyos, no como un niño, sino como Rey de reyes y Señor de señores.
Antes de su primera venida, los profetas habían anunciado este gran acontecimiento y uno de ellos, el profeta Isaías, lo presenta con cuatro grandes títulos que describen a la perfección al Mesías venidero. El primero de ellos es Admirable Consejero. Es interesante, ver cómo todos nosotros siempre estamos prestos a escuchar consejos que nos ayuden en las cosas de la vida, de personas más experimentadas y/o profesionales, más aún, si pasamos por situaciones difíciles o momentos de crisis. Pero el asunto es que ninguno podrá ser un consejero como Cristo. Los seres humanos aun con nuestras buenas intenciones nos equivocamos; Dios es perfecto y no se equivoca. Él tiene verdadera sabiduría, pues es la fuente misma de la sabiduría. Él es bueno, pues es la fuente de toda bondad y eternamente santo. Por lo tanto, su consejo es verdaderamente bueno, confiable y en ellos nunca habrá injusticia ni maldad. También podemos afirmar que nuestro Dios es admirable pues para darnos consejo seguro Él ha hecho grandes maravillas: se identifica con nuestra naturaleza al hacerse carne como nosotros, padeció nuestras debilidades y nos asegura la fuente de toda gracia intercediendo por nosotros.
Y cómo Él no cambia, su buen consejo será constante, confiable y seguro para los suyos por la eternidad. Es por lo que podemos asegurar con toda confianza que Cristo no es un consejero normal, sino Admirable.
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