“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de males contra vosotros, mintiendo”.
Evangelio según San Mateo 5:11
Los padres de Moisés y las parteras hebreas en Egipto se encuentran entre esa gran nube de testigos de la que se habla en la carta a los Hebreos. Ellos, junto a muchos otros en la maravillosa historia del pueblo de Dios, tuvieron la oportunidad de mostrar el valor suficiente para poner la obediencia a la voluntad de Dios por encima de la ley de los hombres; siempre que ésta se oponía a los valores establecidos por la ley de Dios. Así, podemos mencionar a otros en el Antiguo Testamento, como el propio Moisés, el pueblo hebreo, Rahab, Elías, Daniel y sus amigos, entre muchos otros.
La lectura del evangelio según San Marcos 6:14-29 nos presenta el caso de Juan el bautista, y sobre cómo éste tuvo que sufrir por causa de su obediencia a la ley divina. Como sabemos, Juan terminó siendo encarcelado debido a que se convirtió en una amenaza para el rey Herodes, y luego decapitado, ante el capricho de la mal habida esposa de Herodes, Herodías y de su hija. De hecho, el mal trato recibido por Juan servirá para marcar la ruta tanto del propio Jesús como la de todos los que procuren seguir sus pasos, procurando ser fieles a Dios antes que a los hombres.
Nos parece muy interesante el hecho de que la historia del encarcelamiento y muerte de Juan se inserta justamente después de la comisión y el envío de los primeros discípulos. Es decir, Marcos nos presenta el otro lado de la moneda que representa la misión de la Iglesia. Si bien, por un lado los discípulos recibieron autoridad sobre los espíritus inmundos y poder para sanar enfermos; también se les anticipaba la ruta por la que habrían de transitar como consecuencia directa a su obediencia al llamado divino. En un tiempo como en el que nos ha tocado vivir dentro del ámbito de la fe, dominado por una falsa versión del evangelio en la que impera una visión triunfalista; la Palabra de Dios nos vuelve a recordar que el pueblo del Señor vive contra corriente. Nos recuerda que la ruta está ya marcada. Nos recuerda, como a todos los que nos han antecedido, que la obediencia a Dios tiene sus costos.
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