“Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.”
Evangelio según San Mateo 4:17
El hombre de negocios británico, Lindsay Clegg, contó la siguiente historia sobre una propiedad que él estaba vendiendo. Se trataba de un edificio que había estado vacío y abandonado desde, hacía ya, varios meses. El mismo necesitaba serias y significativas reparaciones. Los vándalos habían roto puertas y ventanas, y tenían el lugar convertido en un depósito de basura. Cierto día, mientras le mostraba la propiedad a un posible comprador, Clegg le hizo una serie de promesas, en las que le indicaba que se haría una inversión de dinero para la restauración del lugar. El prospecto le interrumpió, diciéndole: “Olvídese de eso. Déjela así. Cuando yo compro una propiedad, me gusta ponerla a mi gusto y hacer de ella algo totalmente distinto. Yo no estoy comprando el edificio; estoy comprando el lugar.”
Creo que lo mismo sucede en nuestra relación con Dios. Cuando Él nos llama, no espera que cambiemos para poder ser aceptados. Tal vez, el enfoque incorrecto ha sido demasiado difundido. Tal vez, por eso muchas personas no se acercan a la iglesia, porque piensan que tienen que cambiar para poder ser aceptados por Dios. Lo cierto es, que Dios nos acepta tal y como estamos, con el fin de transformarnos de acuerdo a Su voluntad.
Jesús comenzó su ministerio público con un imperativo. Él llamó a la gente al arrepentimiento. Sin embargo, ese llamado no se dio en el vacío. La base para el arrepentimiento no pueden ser las mejores intenciones nuestras. La base para el arrepentimiento tiene que ser la realidad de que “el reino de los cielos se ha acercado”. Es decir, Dios ha venido a nuestro encuentro. Por lo tanto, el arrepentimiento requerido consiste en asumir el enfoque correcto con relación hacia dónde estamos mirando. Si nuestro enfoque es que no hay nada que cambiar porque estamos bien, si nuestro enfoque es que cualquier cambio se justifica por nuestros intereses egoístas; pues tenemos que decir que necesitamos cambiar nuestro enfoque. Nos hace falta reconocer la necesidad de operar cambios, pero también nos hace falta reconocer que la vida sólo cobra verdadero sentido cuando se vive para el reino de Dios, es decir, para hacer la voluntad de Dios.
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