
En marzo de 1990 cayó una tremenda tormenta de nieve en la ciudad de Des Moines, en el estado de Iowa, que tumbó árboles y líneas eléctricas. El periódico Des Moines Register informó de cómo una familia había lidiado con la tormenta.
Los padres y dos hijos adolescentes se encontraron encerrados en la casa, calentándose con el fuego que ardía en la chimenea. No tenían electricidad, ni funcionaba el teléfono. Así que… conversaron.
La madre decía más tarde que daba gracias a Dios por la tormenta porque les ayudó extraordinariamente a comunicarse. “Antes”, decía, “nuestras conversaciones más largas con los hijos no pasaban de cinco minutos. Pero en esos días no podíamos entretenernos ni con la lavadora, el televisor, o el teléfono.”
“Hablamos por horas y supimos acerca de las chicas que les gustaban, de los chistes que se contaban en la escuela, etc. Nos divertimos y conocimos bastante mejor los unos a los otros.
No debería ser necesaria una tormenta de nieve para que los miembros de las familias se juntaran, hablaran, se conocieran y descubrieran cuáles son las inquietudes y necesidades de cada uno.
Lecturas:
domingo, 28 de noviembre Lucas 1:26-38
lunes, 29 de noviembre Salmos 127:3
martes, 30 de noviembre Efesios 5:21-28
miércoles, 1ro de diciembre Proverbios 6:20
jueves, 2 de diciembre 1 Crónicas 16:28-29
viernes, 3 de diciembre Efesios 6:4
sábado, 4 de diciembre Marcos 10:6-9
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