“Y hallándole, le dijeron: Todos te buscan. Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos, para que predique también allí; porque para esto he venido.”
Evangelio según San Marcos 1:37, 38
¿Alguna vez se ha hecho usted la siguiente pregunta? De todas las personas que recibieron o vieron algún milagro de Jesús, ¿cuántos habrán entendido el milagro? La evidencia bíblica nos demuestra que la cantidad de personas que recibieron o vieron los milagros del Maestro fue realmente asombrosa. Desde las multitudes que fueron alimentadas de forma milagrosa, hasta la enorme cantidad que fueron sanados de algún mal físico, emocional o espiritual, y tantos otros que fueron testigos de todos estos milagros; la cantidad es imposible de contar. Sería bueno preguntarnos, de todos ellos, ¿cuántos entendieron el milagro?
A juzgar por la forma en que sabemos que la fama de Jesús, eventualmente descendió de manera tan dramática, llegando al punto de quedarse solo y abandonado en la hora de su traición y muerte; podemos concluir que la inmensa mayoría de aquellos que recibieron un milagro de parte del Señor o fueron testigos de ellos, no entendieron la razón por la cual se operaron los milagros.
Se ha dicho que los milagros de Jesús también son parábolas. Es decir, que los milagros del Señor son parte de un proceso pedagógico. Partiendo de este punto de vista, (con el cual estamos muy de acuerdo), Jesús no realizó sus milagros con un solo fin. Si bien tenía la intención de beneficiar al pueblo, el Maestro procuraba hacer mucho más que eso. Por ejemplo, en el caso de la curación de la suegra de Pedro, su sanidad logró restaurarle para el servicio, lo que implica una respuesta informada de gratitud. Pero hay algo más. Jesús no se dejó cegar, ni desenfocar por el encanto de las multitudes. Tuvo en la oración un punto de apoyo para su misión. Y tú, ¿habrás aprendido algo sobre los milagros que Dios ha obrado en ti?