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¿Dónde está la frontera?




“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo.”

Evangelio según San Lucas 10:27


En su libro La República, Platón exhorta a los griegos a que no reduzcan a servidumbre ciudades griegas, ni tengan ningún esclavo griego, debiendo temer “manchar los templos adornándolos con los despojos de nuestro prójimo”. Estos “prójimos” eran los griegos, pues a los bárbaros los consideraba “ajenos y extraños”.

El Antiguo Testamento recoge el mandamiento divino en torno a cómo debe tratarse al prójimo. Así, puede citarse al libro de Levítico diciendo que se debe amar al prójimo como a uno mismo. Ahora bien, ¿qué significa la palabra prójimo? Literalmente significa: aquél que está cerca. Y se consideraba que estaba cerca toda persona con la cual se compartía la vida doméstica. Desde esta perspectiva, un prójimo es una persona con la cual uno está relacionado. Y, ¿qué tal aquellas personas con las que uno no está relacionado?

Aquí viene el punto focal de la parábola del buen samaritano. Según el relato, el Maestro interpela al experto de la ley judía que ha venido a Él para ponerle a prueba. Luego de que el experto citara correctamente el compendio de la ley, incluyendo el mandamiento que contempla el amor al prójimo, pasó a inquirir de la siguiente manera: ¿Y quién es mi prójimo? Con ello, pone sobre la mesa en forma de pregunta lo que tanto Platón, el propio experto y muchos otros entendían vital considerar: ¿Dónde está la frontera? Es decir: hasta dónde debo extender mi obediencia a la ley. Es entonces, cuando Jesús le narra la parábola para dejar claro que el deber cristiano no es establecer fronteras sino ir más allá de las que nosotros y los demás seres humanos hemos establecido.

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