“Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la Palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”.
Evangelio según San Mateo 13:23
¿Ha oído, usted, esta expresión que titula el sermón de esta mañana? Seguramente debe haberla escuchado. Originalmente se utilizó para referirse a la acción de pretender cómo una persona o entidad despilfarró su dinero o el que le fue confiado. Eventualmente, como sucede con otros dichos, pasó a ser utilizada para apuntar al esfuerzo casi inútil de encontrar cualquier objeto, persona o solución ante algún acertijo.
Ahora bien, ¿de dónde procede esta expresión? Pues, resulta que el grillo no almacena grasas, sino que las convierte de forma constante en su propio caparazón. En otras palabras, si deseas encontrar dónde el grillo esconde la manteca, no lo vas a encontrar; a menos que descubras en qué la convierte. Es decir, en su caparazón. Para llegar a este descubrimiento necesitamos adquirir cierta información, que no es tan evidente.
Si usted es un buen observador, se habrá dado cuenta de que la lectura para el día de hoy consta de dos perícopas o porciones bíblicas. En la primera, el Maestro narra la parábola del sembrador. Mientras que en la segunda, Él mismo aparece explicando a sus discípulos la parábola que ya había compartido con las multitudes.
Cabe destacar, aquí, que esta es una de esas parábolas que ha servido para escuchar toda clase de interpretación posible. En esencia, podríamos recoger estas interpretaciones en dos grupos. El primero tiende a apuntar a la idea de que los resultados de la Palabra predicada radican en la capacidad del terreno que recibe la semilla. Por otro lado, el segundo grupo tiende a adjudicar la efectividad de los resultados de la Palabra predicada al poder de la misma Palabra. Visto desde esta perspectiva, la cual creemos que es la correcta, es el poder de la Palabra el que determina los resultados del trabajo del sembrador. Esto es perfectamente consistente con varios principios bíblicos relacionados, tanto con nuestra incapacidad espiritual, como con la soberana acción divina de elegir, regenerar y conservar la vida espiritual impartida a todos los suyos. Allí es donde el grillo esconde la manteca.
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