Se cuenta la historia de una familia europea de alta alcurnia que hace muchos años iba a bautizar a una pequeña criatura en la gran sala de su enorme mansión. Muchos huéspedes habían sido invitados para la ocasión, y todos llegaron vestidos con sus ropas más elegantes. A medida que se iban quitando sus abrigos, éstos eran llevados al piso superior para ser colocados sobre una cama en uno de los dormitorios.
Pasada la conmoción de la llegada de los huéspedes, y luego de un largo rato de animada conversación, todo el mundo se aprestó para la ceremonia del bautismo de la criatura. De pronto alguien preguntó para sorpresa de todos: “¿Dónde está el bebé?” La institutriz corrió escaleras arriba, buscando por todos lados, y regresó con el rostro pintado de desesperación. No podía encontrar al bebé por ningún sitio. La búsqueda continuó durante unos minutos que parecieron eternos, hasta que alguien recordó haber visto la criatura acostada sobre una de las camas. Y allí estaba todavía, bajo las ropas de abrigo de los invitados. Era irónico. El mismo objeto de la celebración había sido olvidado, descuidado y por poco destruido.
Cuando voy caminando por la calle en los días navideños, a menudo me pregunto: ¿Y esto es la Navidad? ¿Dónde está el niño a quien celebramos el 25 de diciembre? Compra de regalos y obsequios, villancicos, decoraciones especiales, brindis, arbolitos con luces de colores… ¿Es este el propósito de la Navidad? Las decoraciones son bonitas y coloridas, la música navideña me atrae; pero, ¿a eso se remite la Navidad? ¿Dónde está el Niño Jesús? Él es el verdadero sentido de nuestra celebración. Él es el Salvador del mundo. Es tu Salvador, es mi Salvador. ¿Dónde le has puesto?
Lecturas:
domingo, 25 de diciembre Lucas 2:11
lunes, 26 de diciembre Romanos 5:10
martes, 27 de diciembre Hebreos 5:9
miércoles, 28 de diciembre Colosenses 1:13-14
jueves, 29 de diciembre 1 Pedro 1:18-19
viernes, 30 de diciembre 1 Juan 4:10
sábado, 31 de diciembre Romanos 3:23-24
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