“Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado.”
Evangelio según San Juan 15:12
Hace algunos años una embarcación naufragó en las costas del noreste de los Estados Unidos. Un grupo de pescadores se reunió para observar la manera en que la embarcación se hacía pedazos mientras era arrastrada por las olas contra unas rocas. Un bote salvavidas fue enviado para realizar el rescate. Luego de una intensa lucha con el mal tiempo, el bote regresó con toda la tripulación, excepto un hombre, que fue dejado pues ya no había espacio para él en el bote. Uno de los rescatadores decidió regresar para intentar rescatar a la persona que se había quedado. “¿Quién desea acompañarme?”, preguntó. Entonces, desde la orilla, su anciana madre le rogó que no se arriesgara, pues su padre había perecido en el mar y su hermano mayor había salido de pesca y no sabía nada de él. Su hijo menor le contestó: “Lo siento mamá, éste es mi deber.”
Todos los que estaban allí vieron cómo el hombre se alejaba de la orilla para realizar el rescate. Más tarde divisaron el bote que regresaba en medio de las turbulentas aguas. Aún a cierta distancia, preguntaron si había logrado rescatar al náufrago. Entonces el hombre contestó: “Sí, y díganle a mamá que el náufrago era mi hermano William.”
La realización de este rescate como el cumplimiento de un deber, aún a riesgo de la propia vida, me hizo pensar en la manifestación del amor como la enseñó el Maestro. Según su enseñanza, amar no es una opción sino un mandamiento. Y como en el caso descrito arriba, cuando cumplimos nuestro deber Dios manifiesta su gracia de maneras realmente inesperadas. Desde esa perspectiva, amar es más que un legado que Jesús nos dejara. Amar es un mandamiento.
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