Ambos eran ciegos
Una ancianita estaba al borde de la acera, sin atreverse a cruzar aquella calle donde el tráfico era tan intenso. Era una cieguita, y por eso suspiraba porque alguien se ofreciese para ayudarla y pasar al otro lado. De pronto llegó una voz a sus oídos:
- ¿Me permite que pase con usted al otro lado de la calle?
Era un caballero.
- Oh, si, encantada.
Le tomó del brazo y empezaron a cruzar la calzada.
De pronto, el hombre dio un traspiés.
- ¿Qué ocurre? Anda usted como si fuese ciego -dijo la ancianita.
- ¡Es que soy ciego! -contestó el acompañante-.
Por eso pedí si podía cruzar la calle con usted.
¡Cuántas veces ocurre esto mismo en la esfera espiritual! ¡UN ciego guiando a otros ciegos! Asegurémonos de estar siguiendo los pasos del Único que puede llevarnos con toda seguridad “al otro lado de la calle”: el Señor Jesucristo, el Guía de la Eternidad.
Lecturas:
domingo, 5 de agosto Santiago 2:1-13
lunes, 6 de agosto Éxodo 20:1-17
martes, 7 de agosto Romanos 7:7-25
miércoles, 8 de agosto 1 Juan 3:1-10
jueves, 9 de agosto Efesios 5:1-20
viernes, 10 de agosto Gálatas 3:10-14
sábado, 11 de agosto Lamentaciones 3:21-39