“Y se reunieron los hijos de Judá para pedir socorro a Jehová; y también de todas las ciudades de Judá vinieron para pedir ayuda a Jehová.”
2do Libro de Crónicas 20:4
¿Quién no recuerda a aquel personaje cómico, conocido como el Chapulín Colorado? Éste fue creado por el comediante Roberto Gómez Bolaños, y se hizo muy popular en las décadas de 1970 y 1980. El Chapulín era un superhéroe muy poco común, que hacía su aparición ante el clamor desesperado de los más necesitados, que solían decir: “¡Oh! Y ahora, quién podrá defenderme?” A lo cual, apareciendo de la nada, respondía el famoso personaje, diciendo: “Yo”. Entonces, la persona que había pedido la ayuda, exclamaba llena de alegría: “¡El Chapulín Colorado!” Finalizando, entonces, el Chapulín contestaba: “¡No contaban con mi astucia!”
El pasaje que está ante nosotros hoy nos permite conocer un poco a un personaje llamado Josafat, quien fue rey del reino de Judá y descendiente del rey David. Josafat es descrito como un buen rey. Tuvo logros que permitieron fortalecer el poderío militar de Judá, así como también realizó varias reformas de carácter religioso. Sin embargo, su desempeño también tuvo sus sombras. ¿A qué nos referimos? Veamos.
Cuando Josafat fue rey, el pueblo de Dios se encontraba dividido en dos. Uno de ellos era el reino del sur, llamado Judá, del cual Josafat era el rey. Por otro lado, estaba el reino del norte, cuyo rey para aquel entonces era Acab. Este reino, el del norte, llamado Israel, se había alejado de la fiel obediencia a Dios y había mezclado, no sólo su raza, sino también su fe con las naciones paganas que rendían culto a otras deidades. Cuando Josafat adviene al trono, la relación entre ambos reinos se encontraba fragmentada, justamente a causa de la infidelidad del reino del norte. A pesar de esta realidad, Josafat decide establecer alianzas familiares y políticas, (que Dios no consentía), con Acab. A causa de lo cual casi pierde la vida. Eventualmente, aprendió la lección y cuando Judá se ve en un serio peligro, hace lo correcto: clama a Dios, reconociendo que sólo en Él encontramos el oportuno socorro.
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