“Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a Él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a Ti; pero dí la Palabra, y mi siervo será sano”.
Evangelio según San Lucas 7:6-
Tal vez, usted ha escuchado la expresión: “Tus palabras tienen poder”. ¿Será esto cierto? La verdad es que esta expresión puede tener muchas connotaciones. En un buen sentido, podríamos decir que ciertamente las palabras que se dicen, como las que se escuchan, pueden tener repercusiones muy serias sobre la manera en la que nos vemos a nosotros mismos y en la manera en que nos relacionamos con las demás personas. ¡Cuántos casos conocemos de personas que fueron lastimadas en alguna etapa de sus vidas por palabras que otro utilizó, teniendo algún efecto adverso con relación a su autopercepción. Por otro lado, existe una ciencia que se conoce como “programación lingüística” la cual se encarga de equipar a las personas para hacer buen uso de las palabras y expresiones en el quehacer cotidiano.
Ahora bien, en el ámbito religioso se ha desarrollado una fuerte corriente que utiliza lo que podríamos llamar “el poder de la palabra” para convencer a las personas sobre su supuesta capacidad para alterar su realidad. Para ello, muchos líderes religiosos citan determinados pasajes de las Sagradas Escrituras, (fuera de su contexto), y así logran persuadir a su feligresía a creer conceptos que tienen sus raíces en movimientos totalmente ajenos a las enseñanzas que encontramos en la Biblia. El argumento esencial es que “tus propias palabras tienen la capacidad de crear”. ¿Será esta una verdad absoluta?
Hoy, tenemos ante nosotros un pasaje que nos propone una realidad totalmente distinta. En el mismo, se nos narra la historia de la curación del siervo de un centurión romano. Lucas cita a este funcionario diciendo: “dí la palabra, y mi siervo será sano”. Y ciertamente, así sucedió. Pero, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Quién efectuó este portento con el poder de sus palabras? Quien lo hizo fue el mismo por medio de quién Dios creó todas las cosas. Es decir, el mismo Verbo de Dios: Jesús, el Hijo Eterno del Padre. De modo que, no es posible deducir de aquí que los seres humanos tenemos la capacidad de cambiar las circunstancias a través del “poder de la palabra”. Entonces, lo importante no es lo que se dice. Lo importante es Quién lo dice.
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