Min.: Señor, tu Hijo afirmó su rostro para ir a Jerusalén, la santa ciudad que regó con sus lágrimas, y donde se le entregó la ignominia de la cruz.
Con.: Recordamos hoy, la algarabía multitudinaria, los aplausos, los mantos y las ramas que pavimentaron el camino, y los vítores que le proyectaban como héroe.
Min.: Pero sabemos, Señor, que Él no fue a Jerusalén a buscar elogios ni a regatear sufrimientos. Fue a dejarse clavar en la cruz.
Con.: Recordamos las impertinencias de Herodes, las indecisiones cobardes de Pilato y la complicidad absurda de los romanos.
Min.: Pero sabemos, Señor, que Él no fue a Jerusalén a discutir leyes ni a reclamar derechos. Fue a su único invariable y doloroso destino: la cruz.
Con.: Recordamos la ruin estratagema, perpetrada al amparo de la noche; y mediante la cual, exoneraron a Barrabás y le inculparon a Él.
Min.: Pero sabemos, Señor, que tu Hijo no fue a Jerusalén a gestionar amnistías ni a buscar simpatías con el populacho. Fue a enfrentarse, con valiente dignidad, al doloroso trámite del Calvario.
Con.: Recordamos cómo le abandonaron los amigos y cómo, en absoluta soledad, se enfrentó a los enemigos implacables, que se mofaban de su vocación soberana.
Min.: Pero sabemos, Señor, que Jesús no fue a la ciudad santa a buscar protección ni protectores. No fue a cobijarse al pasajero calor de afectos efímeros. Fue a su meta: la vergonzosa cruz.
Con.: Señor, hoy te damos gracias porque Jesús fue a Jerusalén, no en busca de aplausos ni de vítores. No fue a gestionar favores. Fue a encontrarse con su destino ineludible: la cruz.
Todos: Te pedimos que nos permitas hoy reconocerle, no como queremos verle, sino como realmente es: el único Salvador. Por sus méritos oramos. ¡Amén, amén y amén!
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