
Hace algún tiempo una señora, fiel cristiana, se preparaba el domingo en la mañana para ir al templo. Cuando estaba lista para salir llegó a casa uno de sus hijos, quien la invitó a ir con su familia a pasar un día de campo.
-No puedo, hijo -contestó la madre-. Voy a ir al templo.
El hijo se mostró disgustado y le dijo:
-¿Es que no pueden dejarte faltar ningún día? O, ¿es que eres indispensable?
-Escucha, hijo -contestó la madre manteniendo la calma-. Nadie me obliga a ir al templo a adorar y nadie cuenta mis ausencias. Yo voy a adorar porque Dios sí me es indispensable, y Él es tan bueno y yo estoy tan agradecida a Él que no puedo faltar.
El hijo quedó desconcertado por la respuesta de su madre, pues no podía entenderla. Después de unos minutos se despidió y se fue.
En la actualidad, ese hijo que no podía entender los motivos de su madre para adorar en el templo, también asiste con toda su familia y adora a Dios. Para él ahora, la adoración tiene sentido, y un sentido profundo.
Lecturas:
domingo, 26 de diciembre Mateo 2:1-8
lunes, 27 de diciembre Mateo 4:9-10
martes, 28 de diciembre Juan 4:23-24
miércoles, 29 de diciembre Habacuc 3:17-18
jueves, 30 de diciembre Salmos 68:4-5
viernes, 31 de diciembre Efesios 3:20-21
sábado, 1ro de enero Romanos 11:36
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