Hace algún tiempo una señora, fiel cristiana, se preparaba el domingo en la mañana para ir al templo. Cuando estaba lista para salir llegó a casa uno de sus hijos, quien la invitó a ir con su familia a pasar un día de campo.
-No puedo, hijo -contestó la madre-. Voy a ir al templo.
El hijo se mostró disgustado y le dijo: -¿Es que no pueden dejarte faltar ningún día? O, ¿es que eres indispensable?
-Escucha, hijo -contestó la madre manteniendo la calma-. Nadie me obliga a ir al templo a adorar y nadie cuenta mis ausencias. Yo voy a adorar porque Dios sí me es indispensable, y Él es tan bueno y yo estoy tan agradecida a Él que no puedo faltar.
El hijo quedó desconcertado por la respuesta de su madre, pues no podía entenderla. Después de unos minutos se despidió y se fue.
En la actualidad, ese hijo que no podía entender los motivos de su madre para adorar en el templo, también asiste con toda su familia y adora a Dios. Para él ahora, la adoración tiene sentido, y un sentido profundo. Lecturas domingo, 3 de enero Mateo 2:1-8 lunes, 4 de enero Mateo 4:9-10 martes, 5 de enero Juan 4:23-24 miércoles, 6 de enero Habacuc 3:17-18 jueves, 7 de enero Salmos 68:4-5 viernes, 8 de enero Efesios 3:20-21 sábado, 9 de enero Romanos 11:36
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