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Foto del escritorIgl. Presbiteriana Westminster

La única autoridad soberana.


  

 

 

“Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza”.

 

Evangelio según San Marcos 4:39

                                   

Se cuenta que, en cierta ocasión, un oficial militar se encontraba tratando de sacar un refresco en una máquina expendedora. Como no tenía la cantidad completa, le preguntó a un soldado raso, que por allí pasaba, si tenía unas monedas que le prestara para poder sacar el refresco. El joven soldado, sin pensarlo mucho, le contestó en tono coloquial: “Sí, ¡cómo no! Déjeme verificar cuánto traigo en los bolsillos, para poder prestárselo”. Entonces el oficial, con evidente tono de molestia, reprendió al joven por su falta, y le dijo: “Voy a darle otra oportunidad para responder a mi pregunta en la manera en la que un militar debe dirigirse a un oficial”. “¿Tiene usted cambio que me pueda facilitar para sacar un refresco?” Finalmente, el soldado le respondió militarmente y con voz potente: “¡NO, SEÑOR!”

¿No ha pensado, usted, en lo mal que muchos seres humanos manejamos el uso de la autoridad? De hecho, por regla general aquellos que ocupan cargos de autoridad tienden a hacer mal uso de ella. De todas formas, en el mejor de los casos, la autoridad que cualquier ser humano, entidad o gobierno pueda ejercer, siempre estará matizada por la imperfección y la temporalidad.

En el texto de Marcos 4 se nos presenta a Jesús, tomando un descanso mientras cruzan parte del lago de Galilea con sus discípulos. Allí, se desata una fuerte tempestad, la cual aún a los avezados discípulos-pescadores de Jesús les hizo incapaces de poder manejar. La crisis llegó a tal punto que tuvieron que despertar al Maestro, por medio de la siguiente reprensión: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” Es entonces, cuando Jesús les sorprende mostrando su autoridad, al punto de reprender, entonces Él, al viento y al mar; teniendo como resultado una grande bonanza de las fuerzas de aquellos dos elementos, y un profundo temor de sus discípulos. Éstos se preguntaban, entonces, “¿Quién es és, que aun el viento y el mar le obedecen?” Por la gracia de Dios, aquellos atemorizados discípulos serían transformados eventualmente en valerosos testigos de la única autoridad soberana. Quiera Dios que así sea con nosotros.

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