“Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”.
Libro del profeta Isaías 9:6
Un misionero cristiano servía en un país donde predominaba el Islam. En cierta ocasión se encontraba dialogando con un nativo de ese país, con quien trataba de compartir las buenas nuevas. Le propuso el siguiente escenario:
“Supongamos que un peregrino se encuentra en una encrucijada, que le obliga a tomar sólo uno de dos caminos. Allí se encuentra con dos hombres, uno muerto y el otro vivo. ¿A cuál de los dos se debe dirigir para ayudarle a decidir qué camino es el correcto?” El nativo le contestó que debería consultar al que estaba vivo, ya que sería tonto pretender obtener una respuesta de un hombre muerto. El misionero, entonces, pasó a compartirle que todos los seres humanos necesitamos decidir qué camino tomar en cuanto a dónde pasaremos la eternidad. Ante tan trascendental decisión, ¿con quién será lógico consultar, con un hombre muerto como Mahoma, o con uno que venció la muerte como Jesús?
Para esta estación de Adviento hemos determinado enfocar nuestra reflexión sobre los cuatro títulos de Jesús, según el anuncio del profeta Isaías. El segundo de éstos es, Dios Fuerte. Llanamente, este título implica que el Mesías prometido sería divino y que actuaría con el poder propio de esa naturaleza divina. Por otro lado, si bien creemos que Jesús era, es y continuará siendo Dios, debemos aceptar también que manifestó ese poder en una multitud de formas. Por ejemplo, todos sus asombrosos milagros fueron señales de ese poder que le señalaba como el divino enviado del Padre. Así también, su concepción nacimiento y ministerio fueron muestras de su divino poder. Sin embargo, hoy queremos fijar nuestra atención sobre una expresión de ese poder, que me parece que es extremadamente importante. Nos referimos a una afirmación del propio Jesús, que se recoge en el evangelio según Juan, donde dice: “Por eso me ama el Padre, porque Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”. El Mesías, Dios Fuerte, manifestaría su poder al entregar su vida y al volverla a tomar. Todo esto para cumplir el propósito de atraer a todos los suyos a Sí mismo. ¡Demos gracias por el poder de Jesús!
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