Muchos años atrás, Michelangelo, el escultor, y Rafael, el pintor, estaban comisionados para ejecutar obras de arte para el embellecimiento del Vaticano. Aunque cada uno de ellos fuese considerablemente respetado y tuviese un trabajo diferente a realizar, surgió un amargo espíritu de pique a punto de que no se hablaban cuando se encontraban. El celo existente del uno para con el otro era muy evidente para aquellos que los conocían. Lo más sorprendente de todo eso era que ambos deberían estar haciendo su trabajo «para la gloria de Dios».
Perdemos mucho tiempo y bendiciones simplemente porque no aprendemos a glorificar a Dios en todos los momentos y situaciones de nuestra vida. Creemos que nos lo merecemos todo y nuestra vida se vuelve una competencia continua. Queremos notoriedad, queremos reconocimiento, queremos ser aplaudidos, queremos eso y aquello y nos olvidamos de que sin Cristo nada somos. Además de no dar la gloria debida al Señor aún olvidamos que todos los méritos de nuestro éxito se deben a los méritos de Jesús.
Si comprendemos que cada uno de nosotros puede, en el nombre del Señor, ser bien devenido y feliz al mismo tiempo que otros, conseguiremos realizar muchas más obras para la gloria del nombre de nuestro Salvador. Los resultados serán mucho más grandiosos y el mundo a nuestro alrededor será mucho más agradable par todos los que en él viven. Cuando hacemos todo para la gloria del Señor, todos somos igualmente victoriosos.
Lecturas:
domingo, 17 de marzo Juan 12:23
lunes, 18 de marzo Juan 13:31
martes, 19 de marzo Juan 1:14
miércoles, 20 de marzo Lucas 9:32
jueves, 21 de marzo Juan 17:24
viernes, 22 de marzo Juan 2:11
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