“Al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”.
Evangelio según San Mateo 9:50-51
¿Ha escuchado, usted, el refrán: “Le puso el dedo en la llaga”? Dicho refrán apunta al hecho de que una persona identifica un problema con extremada precisión. ¿Recuerdan que la pasada semana, (refiriéndonos al pecado), hablábamos con los chicos sobre nuestra incapacidad para atinar en el blanco? Pues, hoy nos encontraremos con Alguien que siempre fue capaz de dar en el blanco o de poner el dedo en la llaga.
Obviamente, nos referimos a Jesús. En esta ocasión, el marco de acción fue el momento en el que el evangelista Mateo nos presenta un breve resumen del ministerio público del Señor. El mismo lee textualmente así: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad, y toda dolencia en el pueblo”.
Es entonces, cuando Mateo nos dice que Jesús, “al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Allí encontramos, lo que podríamos llamar, el diagnóstico que Jesús hace con respecto al estado natural de los seres humanos sin Dios: desamparados y como ovejas sin pastor. Luego, nos parece escucharle diciendo: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. Allí encontramos el tratamiento apropiado. En esencia, consiste en el reconocimiento del gran reto que tiene la Iglesia, por un lado; pero también en una invitación para rogar al Padre que envíe obreros a su mies. Podrás preguntarte, ¿a quiénes habrá de enviar? Pues, a todo el que hace partícipe de esta realidad; a ti y a mí. ¿No les parece maravilloso? Jesús, con su soberana capacidad espiritual, identifica la condición humana. Pero también, ofrece la única y concluyente solución: “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros”. Quiera Dios que hoy podamos responder: “Heme aquí. Yo iré”.
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